Queridas amigas.
¿Cuántas veces
hemos escuchado esa frase de que “la culpa de mis altas expectativas respecto a
los hombres es de Disney”? Y es que hemos pasado horas (que en conjunto pueden
sumar meses) embobadas ante la tele, soñando ser princesas, viendo como se nos
presentan hombres perfectos, enamorados hasta las trancas aunque las hayan
visto un segundo, dispuestos a dar su vida por ellas con tal de salvarlas (ya
sea de una bruja, de un hechizo, de una madrastra con la que no simpatizas, o
de una bruja-pulpo con el que se podría alimentar a toda Galicia).
Sin embargo,
no debemos culpar sólo y exclusivamente al Señor Disney, Dios lo tenga
congelado, pues llega un tiempo en el que dejamos de ver películas de princesas
(o al menos no reconoces ante un público abierto que de vez en cuando has
vuelto a llorar cuando crees que la
Bestia ha muerto).
Y claro, tú puedes tener un trauma infantil
respecto a la búsqueda incansable del “Príncipe Azul”, pero si no le das
algunas “dosis de recuerdo”, esta enfermedad va desapareciendo poco a poco y
tus expectativas respecto a los hombres volverían a ser más que razonables.
¡Pero no!
¡Nuestra imaginación enfermiza y nuestro débil sentido de la realidad en este
aspecto vuelven a ser manipulados! Es cuando aparecen las películas románticas.
¿Quién no ha llorado con el Diario de Noa ni soñado con un amor así? Y claro,
es cuando empezamos a soñar despiertas, dejando la imaginación de Ana de las
Tejas Verdes a la altura del betún.
Hasta que
llega el día en el que, sin entender las razones, te enamoras. Y ahí estás tú,
cantando como una tonta “eres tú el Príncipe Azul que yo soñé”, sólo que en tu
caso no te acompañan los animalitos del bosque, ni aparece música de ninguna parte,
ni cantas bien y, ni mucho menos, aparece tu enamorado para acompañarte en el
baile que te estás marcando, quedando delante de la gente como una loca.
Y entonces, fruto de tantas y tantas horas de películas,
primero de princesas y después de amor, es cuando te montas tu película. Sí, es
la cumbre, el momento en que dan fruto todos los años de dedicación al género
romántico. En tu mente todo es precioso y tus indicadores de expectativas han
superado tal nivel que han explotado. Ya lo decía Jane Austen en su obra Orgullo
y Prejuicio: “La imaginación de una mujer es
excesivamente rápida. En un momento salta de la admiración al amor y del amor
al matrimonio.”
Y así vamos
creciendo nosotras en nuestra relación, con una lista interminable de cosas que
esperamos. Las películas han provocado en nosotras el mismo efecto que a Don
Quijote los libros de caballerías. Los primeros meses esperamos pacientes,
luego vamos tachando cosas de la lista que nos parecieron un poco más
exageradas, hasta que, a base de tachar y de esperar la lista acaba llena de
tinta, rota, y no se sabe en qué lugar de la Mancha de cuyo nombre no queremos acordarnos.
El amor es
caprichoso, mucho. Ya nos lo enseñó Shakespeare en El sueño de una noche de
verano. Así que no te agobies si el duendecillo Puck ha hecho de las suyas
y tú, al despertar no te encuentras delante con el hombre que las películas te
han hecho creer que sería tu “muchacho que te habla”.
No te
desesperes si no te lleva de compras como Richard Gere lo hace en “Pretty Woman”,
es más, no estará capacitado para aguantar contigo siquiera un cuarto de hora
en Zara. Respecto a la escena del piano, yo que tú me conformaría cambiando la
idea del piano por el asiento de un coche. Hombre, incómodos son los dos, así
que no creo que tampoco tengas tanto disgusto.
No esperes
tampoco que te despierte con un “buenos días princesa”, generalmente sólo será
un whatsapp en el que te diga que “tiene sueño”.
Que te laven
el pelo sólo y exclusivamente pasa en “Memorias de África”. Como mucho te pondrá
a regañadientes crema protectora en la espalda porque tampoco es cosa de que
pilles un cáncer de piel. Gruñirá más o menos según el nivel de asco que le den
las cremas.
No pienses que
va a salir detrás de ti tras la lluvia sin paraguas, y más si te comportas como
una loca que va detrás de un gato. Aunque quizás si vaya detrás del gato bajo
la lluvia.
Desecha la
imagen de tu novio presentándose en tu casa por sorpresa con un ramo de flores
en la mano. Es más desecha la imagen de tu novio presentándose por sorpresa. Incluso
me atrevería a decir que, en determinados momentos, desecha la imagen de tu
novio llamando a tu puerta a no ser que poco antes le hayas dicho que ya va
siendo hora de que él vaya a verte.
Si lo ves
comer “Nocilla”, tranquila, no te van a entrar ganas de quitarle el bote y
refregártelo por el cuerpo como te pasa cuando ves a Brad Pitt en “¿Conoces a
Joe Black?” con su crema de cacahuete. Al contrario, pensarás "no sabes lo que eso engorda" y, como mucho, le acercarás una servilleta para que se limpie los churretes.
¿Qué tú
quieres pasar tiempo con él y te apetece que estéis solos? Él habrá avisado con
anterioridad a amigos.
¿Qué hacer
entonces? ¿Es culpa nuestra? ¿Suya? ¿De Hollywood? En primer lugar, la culpa
sería de Hollywood y Disney, en conjunto, por manipular nuestras mentes,
aprovechando, con una vil alevosía, que en determinados días del mes estamos con
las defensas de la cordura bajas, muy bajas y las lágrimas muy a flor de piel. En
segundo lugar, de nosotras, por dejarnos engañar tan fácilmente por la
industria cinematográfica. Finalmente, en tercer lugar (y con ese tercer lugar
sólo me refiero a un orden de ideas, no les estoy dejando una culpa menor, en
absoluto) a ellos, a esos especímenes
que hacen que seamos capaces de pasar todo un día de mala leche, porque un
pequeño detalle no cuesta tanto y no tenéis ni idea del efecto que puede
conseguir en nosotras la más mínima tontería (ni sois conscientes de todo lo
que podríais conseguir vosotros).
¡Besitos!