23 de julio de 2014

No toda la culpa de nuestras altas expectativas en el amor las tiene Disney. No todas.

Queridas amigas.

¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase de que “la culpa de mis altas expectativas respecto a los hombres es de Disney”? Y es que hemos pasado horas (que en conjunto pueden sumar meses) embobadas ante la tele, soñando ser princesas, viendo como se nos presentan hombres perfectos, enamorados hasta las trancas aunque las hayan visto un segundo, dispuestos a dar su vida por ellas con tal de salvarlas (ya sea de una bruja, de un hechizo, de una madrastra con la que no simpatizas, o de una bruja-pulpo con el que se podría alimentar a toda Galicia).


Sin embargo, no debemos culpar sólo y exclusivamente al Señor Disney, Dios lo tenga congelado, pues llega un tiempo en el que dejamos de ver películas de princesas (o al menos no reconoces ante un público abierto que de vez en cuando has vuelto a llorar cuando crees que la Bestia ha muerto). 

Y claro, tú puedes tener un trauma infantil respecto a la búsqueda incansable del “Príncipe Azul”, pero si no le das algunas “dosis de recuerdo”, esta enfermedad va desapareciendo poco a poco y tus expectativas respecto a los hombres volverían a ser más que razonables.

¡Pero no! ¡Nuestra imaginación enfermiza y nuestro débil sentido de la realidad en este aspecto vuelven a ser manipulados! Es cuando aparecen las películas románticas. ¿Quién no ha llorado con el Diario de Noa ni soñado con un amor así? Y claro, es cuando empezamos a soñar despiertas, dejando la imaginación de Ana de las Tejas Verdes a la altura del betún.

Hasta que llega el día en el que, sin entender las razones, te enamoras. Y ahí estás tú, cantando como una tonta “eres tú el Príncipe Azul que yo soñé”, sólo que en tu caso no te acompañan los animalitos del bosque, ni aparece música de ninguna parte, ni cantas bien y, ni mucho menos, aparece tu enamorado para acompañarte en el baile que te estás marcando, quedando delante de la gente como una loca.


Y entonces, fruto de tantas y tantas horas de películas, primero de princesas y después de amor, es cuando te montas tu película. Sí, es la cumbre, el momento en que dan fruto todos los años de dedicación al género romántico. En tu mente todo es precioso y tus indicadores de expectativas han superado tal nivel que han explotado. Ya lo decía Jane Austen en su obra Orgullo y Prejuicio: “La imaginación de una mujer es excesivamente rápida. En un momento salta de la admiración al amor y del amor al matrimonio.”

Y así vamos creciendo nosotras en nuestra relación, con una lista interminable de cosas que esperamos. Las películas han provocado en nosotras el mismo efecto que a Don Quijote los libros de caballerías. Los primeros meses esperamos pacientes, luego vamos tachando cosas de la lista que nos parecieron un poco más exageradas, hasta que, a base de tachar y de esperar la lista acaba llena de tinta, rota, y no se sabe en qué lugar de la Mancha de cuyo nombre no queremos acordarnos.

El amor es caprichoso, mucho. Ya nos lo enseñó Shakespeare en El sueño de una noche de verano. Así que no te agobies si el duendecillo Puck ha hecho de las suyas y tú, al despertar no te encuentras delante con el hombre que las películas te han hecho creer que sería tu “muchacho que te habla”.

No te desesperes si no te lleva de compras como Richard Gere lo hace en “Pretty Woman”, es más, no estará capacitado para aguantar contigo siquiera un cuarto de hora en Zara. Respecto a la escena del piano, yo que tú me conformaría cambiando la idea del piano por el asiento de un coche. Hombre, incómodos son los dos, así que no creo que tampoco tengas tanto disgusto.


No esperes tampoco que te despierte con un “buenos días princesa”, generalmente sólo será un whatsapp en el que te diga que “tiene sueño”.


Que te laven el pelo sólo y exclusivamente pasa en “Memorias de África”. Como mucho te pondrá a regañadientes crema protectora en la espalda porque tampoco es cosa de que pilles un cáncer de piel. Gruñirá más o menos según el nivel de asco que le den las cremas.

No pienses que va a salir detrás de ti tras la lluvia sin paraguas, y más si te comportas como una loca que va detrás de un gato. Aunque quizás si vaya detrás del gato bajo la lluvia.


Desecha la imagen de tu novio presentándose en tu casa por sorpresa con un ramo de flores en la mano. Es más desecha la imagen de tu novio presentándose por sorpresa. Incluso me atrevería a decir que, en determinados momentos, desecha la imagen de tu novio llamando a tu puerta a no ser que poco antes le hayas dicho que ya va siendo hora de que él vaya a verte.


Si lo ves comer “Nocilla”, tranquila, no te van a entrar ganas de quitarle el bote y refregártelo por el cuerpo como te pasa cuando ves a Brad Pitt en “¿Conoces a Joe Black?” con su crema de cacahuete. Al contrario, pensarás "no sabes lo que eso engorda" y, como mucho, le acercarás una servilleta para que se limpie los churretes.


¿Qué tú quieres pasar tiempo con él y te apetece que estéis solos? Él habrá avisado con anterioridad a amigos.

¿Qué hacer entonces? ¿Es culpa nuestra? ¿Suya? ¿De Hollywood? En primer lugar, la culpa sería de Hollywood y Disney, en conjunto, por manipular nuestras mentes, aprovechando, con una vil alevosía, que en determinados días del mes estamos con las defensas de la cordura bajas, muy bajas y las lágrimas muy a flor de piel. En segundo lugar, de nosotras, por dejarnos engañar tan fácilmente por la industria cinematográfica. Finalmente, en tercer lugar (y con ese tercer lugar sólo me refiero a un orden de ideas, no les estoy dejando una culpa menor, en absoluto)  a ellos, a esos especímenes que hacen que seamos capaces de pasar todo un día de mala leche, porque un pequeño detalle no cuesta tanto y no tenéis ni idea del efecto que puede conseguir en nosotras la más mínima tontería (ni sois conscientes de todo lo que podríais conseguir vosotros).

¡Besitos!








8 de julio de 2014

Cuatro bodas y....un vestido.

Queridas amigas,

Ya escribí con anterioridad sobre esa indescriptible situación de la que sólo pueden salir airosas aquellas personas que han nacido para desfilar sobre una alfombra roja de Hollywood. Y digo airosas, que no victoriosas, eso ya sería digno de estudio por esa gente rara que se esconde en una gruta y sale de ella sólo para pillar señal cuando se emite en la tele Cuarto Milenio. Sí queridas, hablo de la boda de una amiga. Esta vez, sin embargo, no hablaré de la novia, sino de las invitadas.

Porque uno de los pensamientos que tenemos cuando nos dan la buena nueva es “¿Puuuffff y yo ahora qué me pongo?” Y preguntas: “¿la boda es de día o de noche?” Dato que a ti no te repercute en absoluto como andes escasa de recursos económicos, pues o te acabas comprando un vestido corto o reutilizando otro anterior. Y qué queréis que os diga, como el vestido sea excesivamente corto y estés soltera, se amortizará por sí sólo.

Una vez conocido este dato, tengas o no tengas dinero, mirarás a diario internet para poder encontrar “el vestido perfecto”, sí, ese que mejor cumple el binomio “calidad-precio” o sólo para “coger ideas”. Sin embargo, debéis desengañaros pronto, no lo vais a encontrar a doce meses de la boda, sino, como mucho, el mes de antes (teniendo en cuenta que no haya rebajas de por medio y esperes a ellas aunque la boda sea al día siguiente). Eso sí, la sensación que te recorre el cuerpo cuando por fin encuentras el vestido ideal, te queda bien y la etiqueta con el precio hace que sonrías, no tiene nada que envidiarle a la de Harry Potter cuando destruye un Horrocrux.
Baile de la victoria

Luego habrá que sumarle peluquería, zapatos, bolso, regalo de boda, pero bueno, no os voy a amargar vuestro orgasmo, más aún si es el único tipo de orgasmo que has tenido durante meses.

En vista de todo lo anterior, para haceros la vida más fácil voy a daros una serie de consejos respecto a cómo ir a una boda de la manera más apropiada.

  1. Empezamos desechando falsos mitos protocolarios y qué mejor que comenzar por un color: el blanco. ¿Quién no ha escuchado eso de “a las bodas no se puede ir de blanco” (léase con voz chillona repelente y, a ser posible, de tu peor enemiga) Pues yo os digo algo: ¡ No me seáis catetas y dejad de haceros las entendidas! Todo en esta vida se puede matizar. El hecho de que no puedas ir de blanco a una boda es porque podrías robarle protagonismo a la novia, por lo tanto, quizás si está peor visto que tu vestido blanco sea largo (y esto si es comprensible, yo nunca lo haría), pero nada impide que vayas a una boda con un vestido de cóctel blanco.
    Aunque claro, esta regla también tiene su excepciones, como por ejemplo, el hecho de que sea una boda ibicenca o, mejor aún, una real excepción: Pipa Middleton y su vestido blanco de Alexander McQueen en la boda de su hermana.

    Pero todo en esta vida tiene su explicación. En este caso, Pipa era la dama de honor de Kate, encargada de llevarle la cola del vestido, por lo que era la manera perfecta de no destacar, de fundirse con el vestido. Además, la niñas que llevaban los canastitos de flores, que más feas no podían ser, llevaban también vestiditos de este color.
    Si vosotras queréis imitar este “estilo real”, sería conveniente que hablarais antes con la novia, sobre todo si es una novialisco, pues una gamba en mal estado podría deslizarse hasta tu plato pareciendo un accidente. Además, la novialisco de turno lloraría nada más verte (sobre todo si vas más guapa que ella) y habría un 99% de posibilidades de que ella se presente vestida de novia a tu boda (el 1% restante sólo supondría que la gamba que comentábamos te ha matado).
  2. No hay enemigo más peligroso que unos tacones. Enemigo y aliado. Todas sabemos lo que estilizan dichos utensilios que, como castigo, Dios nos obligó a llevar el día que tentamos a Adán con la manzana. Pero lo mismo que te ayuda a estar más guapa se vuelven contra ti. Llevarlos es un arte, supone muchos años de aprendizaje, querida padawan. Igual que Luke Skywalker no controló la fuerza de un día para otro, tú no vas a poder ponerte unos tacones de 15 cm y salir viva (o digna) en el intento. Mejor lleva unos tacones que sepas dominar, antes que ir andando con las piernas abiertas, perdiendo toda feminidad, o peor, marcando tu cara en el asfalto cual estrella de Hollywood deja plasmadas sus manos en el Paseo de la Fama.

    Para finalizar otro consejo: un tacón exageradamente alto y al que se le añade muchísima plataforma queda extraordinariamente vulgar, por lo que tu pretendida elegancia brillará por su ausencia y no serás más que una “cani arreglá”.
  3. El mejor complemento: un novio guapo. Además, después de horas y horas de peluquería, maquillaje, llanto porque la peluquera no te ha hecho lo que querías e interminables sesiones de dolorosa depilación necesitas que alguien que no sea tu mamá, tu papá o tu abuela te diga que estás muy guapa. No me mientas, ya dominas tu cara de “falsa timidez” ante dicha declaración por su parte.

    Pero por favor, déjalo si se pone pajarita negra, camisa blanca y se quita la chaqueta (y aunque no se la quite). La mejor forma de disimular y dejarlo a la vez es fingir que lo has confundido con un camarero (créeme, habrá gente que tenga esta confusión si tu novio hace semejante desfachatez).

    Por vuestra parte, también podéis ir dejando esa costumbre de apuntar hacía vuestro “muchacho que os habla” con una pistola para que se ponga una corbata exactamente del mismo color que vuestro vestido. De ahí a ordeñar cabras y conducir vosotras mismas vuestro Land Rover hasta Zara hay un delgada línea fácil de cruzar.
  4. No estamos en Carnaval, no hace falta que váyais disfrazadas. Especial mención hago en este apartado a los tocados y a las mujeres pegados a ellos. Alguno que otro de vez en cuando está bien siempre que la boda sea de día, pero os pasáis cuando lleváis a cada boda tocados que pueden pasar (y pesar) perfectamente por fantasías propias del Carnaval de Tenerife. Evitad también el exceso de complementos. Si Coco Chanel decía que “menos es más” y “ La simplicidad es la clave de la verdadera elegancia” ¿Quién eres tú para pensar que sabes más de estilo que ella?
  5. ¿Vestido largo si la boda es de noche? No necesariamente. Puedes ir perfecta con un vestido corto o tipo cóctel. Desde hace tiempo, además, se han abierto camino sin ninguna dificultad los monos de fiesta.

    Hasta aquí mis consejos de hoy. Hay más, claro que sí, pero no es cosa de escribir aquí una entrada propia de J.K. Rowling. Poco a poco seguiré. Si me permitís un último consejo, llevad siempre bailarinas como repuesto si no queréis volver a casa descalzas, porque aunque peséis que regresáis así

    En realidad estáis volviendo así

    ¡Besitos!