Sí, he vuelto. Tranquilas, no me ha pasado nada, sólo que pensaba darme un periodo de vacaciones. Iba a ser un periodo pequeño, dentro del verano, pero claro, como a Dios este año el verano se le ha ido de las manos, a mí, mi periodo vacacional veraniego en el blog, también.
En este periodo de inactividad, además, he emigrado. Sí, me he ido de casa. He dejado el pueblo, me he ido a la capital y, cuando digo capital no me refiero a Madrid (¡Dios me libre! Con lo Paco Martinez Soria que puedo ser), sino Córdoba. He dejado a papá y a mamá sólo como actividades de fines de semana, en los que voy a por comida y todo lo que pille en la despensa.
Y precisamente a mi cambio de aires se debe esta entrada, a un inocente paseo que un día decidí darme por el centro, dispuesta a superar el aforo máximo de mi maltrecho armario. Donde caben 2, caben 3. Yo iba ilusionada, entusiasmada, dispuesta a usar la tarjeta más que a sacar del cajero, pues había cobrado. Quería ir mona, que mis enemigas me miraran con envidia, que mis enemigas que se hacen pasar por amigas también, y que mis abuelas y mi novio me recordaran lo guapa que voy. Y empecé mi recorrido, dispuesta a recorrer la calle Cruz Conde como si de Julia Robberts y Rodeo Drive se tratara.
Así entré en Zara. Dispuesta a que las trabajadoras del probador no tuvieran tabla con indicación de número de prendas para mí. Sin embargo, no fue así. ¡Ni mucho menos amigas mías! Pues aunque yo buscaba cosas bonitas, no sé por qué, mi mirada se paraba en las cosas más estrafalarias habidas y por haber. Prendas propias de llevarlas de pueblo en pueblo como una exposición de los horrores que el ser humano es capaz de crear. Una llamada a la precaución, a la sensatez y un grito de socorro desde las profundidades del infierno, allí donde no llega el buen gusto.
Y así, llegué a ver esto.
Efectivamente queridas amigas, si alguna se estaba preguntando dónde se abastecía de botas Eduardo Manostijeras, le he desvelado esa incógnita. No sé que me disloca más de estas botas, si las cadenas o el diseño inspirado en las botas de los mineros de principios del siglo XX de cualquier pequeño pueblecito de Gales.
¿A quién no le gusta la película de Sonrisas y Lágrimas? ¿Quién no quiere imitar el outfit de novicia de la hermana María? El Sr. Amancio te da esa solución y el placer de vestir como una monja sin tener que pasar por el celibato. Esto último tampoco queda muy claro, las posibilidades de ligar así vestida son mínimas, todo sea dicho. Se trata de un vestido recto, sin forma, para que la imaginación de los hombres, tan pecadores como son, no vuele al notarse cualquier tipo de curva de tu cuerpo; de manga larga (muy osado, se ven las muñecas y las manos) y con una largura un poco indecente, pero ¿qué es la vida sin un toque de locura?. Dispones de dos colores distintos: negro y burdeos para las más atrevidas. Puedes combinarlos perfectamente con tus zapatos ortopédicos favoritos y unos calcetines negros altos, de los que se bajan y acaban arrugados en los tobillos, de esos, evitarás así las rozaduras de los zapatos.
Como esto ya era demasiado para mí, decidí ir a tomar una copa para poder reponerme de semejante susto. Me metí en un local con música "chunda chunda" demasiado fuerte, para mi sorpresa, tenían ropa colgada de la pared, descubrí que era Berhska. Los horrores me seguían a todas partes, como si de zombies se trataran, dispuesto a atraparme. Era una pesadilla.
Fue allí donde descubrí que tan cruel es matar animales para usar su piel como abrigos, como hacer abrigos de plástico imitando la piel de los animales. ¡NO AL ANIMAL PRINT! Cariños, dejemos a los leopardos, cebras, leones, etc, en África y, ocasionalmente, como extras de El Rey León. ¿No os basta con la de hienas que tenéis que conocer a lo largo de vuestra vida? Con este abrigo, lo único que pareceréis es una señora que sale de Misa del Gallo con sus pieles, sólo que más hortera si cabe.
El segundo artículo que me llamó la atención fue este:
Si tu novio tiene problemas con el sujetador, complícale más la vida con este colgante.
Aturdida, sin saber que hacer, decidí acabar en H&M. No porque me disloque, excepto algunas colecciones, el resto de ropa es totalmente de guiri, sino por tal de encontrar un sitio donde sentarme. Subí a la zona de lencería, pensando que si me centro en comprar calcetines no correría el riego de seguir viendo artículos como los mostrados con anterioridad. ¡Qué inocente soy! Allí encontré el artículo más esperpéntico que puedes encontrar: un rollo de fixo, cinta adhesiva, llámalo como quieras. A simple vista, algo normal, aunque un poco raro que esté en la sección de lencería. Hasta que te das cuenta de que es para pegarte los pechos sin necesidad de sujetador. Un objeto, cuánto menos, curioso, más aún para una chica inocente recién llegada del pueblo como yo.
En fin, derrotada, decidí volverme a casa, cabizbaja, triste, habiendo perdido mi fe en la humanidad y en ese gran imperio llamado moda. Sólo me quedaba llorar amargamente la pérdida del sentido de la cordura que la industria de la moda había experimentado.
¡Besitos!